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Cora Coralina- Cuento del podcast.

  • Foto del escritor: Femhisteria
    Femhisteria
  • 15 may 2018
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 16 nov 2018

Esto que os vamos a contar no es una fábula, ni un cuento para conseguir adormecer a los niños insomnes, sino una realidad. Una historia sobre la vida de Cora Coralina, soñadora e inconformista, amante de los libros y los dulces. Érase una vez, en la pequeña ciudad brasileña de Goiàs, una niña llamada Anna Lins dos Guimaraes, a quien todo el mundo conocía como Aninha. Aninha era la tercera de cuatro hijas, en el seno de una familia acomodada, aunque, como escribiría más tarde, no se sentía la hija más querida. "Éramos cuatro las hijas de mi madre. Entre ellas, ocupaba siempre el peor lugar. Dos me precedieron - eran hermosas, mimadas. Debería ser la última, sin embargo, vino otra que quedó siendo la menor. Cuando nací, mi viejo padre agonizaba, poco después de morir." Su infancia fue muy similar a la de otros niños. Sufrían el control en casa, en la escuela, en las calles, en la Iglesia… Sobre todo los primeros años de su experiencia escolar, donde Aninha sufrió mucho porque tenía miedo de la autoridad de su profesora, la Maestra Silvina.

-¡Extiende la mano! -dijo la Maestra Silvina impacientada.

Ella se hizo gigante, se cernía sobre Aninha y su miedo crecía sin tamaño.

-¡Extiende la mano! -mandó de nuevo.

Ana se agarraba el brazo, temblando, encogiéndose frente a la dura mirada de la profesora.

-¡¡¡Se ha meado, se ha meado de miedo!!! -gritaban y reían los demás niños de clase.

-Aninha es una miedica y una meona, Aninha es una miedica y una meona.

Canturreaban los niños burlándose de la pequeña Ana.

La maestra golpeó la mesa y metió su vara de castigos en el cajón. Viendo como estaba la situación, lo mejor fue mandar a Ana a casa. Avergonzada y dolida salió de la escuela en busca del refugio de su familia.

-Aninha, ¿qué haces en casa a estas horas? ¿Qué ha pasado? -preguntó su familia preocupada.

-Mmmá….má - intentaba decir Anna entre sollozo y sollozo

-Ven aquí cariño, tienes que relajarte.


Anna les contó todo lo ocurrido en la escuela pero no recibió la comprensión que esperaba.

-Venga Aninha es por tu bien, todo lo que haga y diga la Maestra Silvina es para tu educación -le decía su madre.

Anna asentía cabizbaja ante las palabras de su madre.

-Venga Aninha ven con la nana, vamos a ver cómo podemos hacerte sentir mejor.

Juntas fueron a la cocina donde la nana guardaba sus deliciosos dulces. Aninha miraba cada uno de sus movimientos pensando…

-Porfa, que sea alguna de sus galletas, Porfa, porfa...

La nana se giró y le extendió sus últimas galletas.

-Toma Ana, tus preferidas.

Mientras Aninha acababa con las reservas de dulces de la nana, ésta le dijo:

-Aninha, debes aprender algunas cosas, sabes de lo que hablo, y cuanto antes mejor. Te servirá para toda la vida. Acuérdate de lo que te dice la nana.

Y lo recordaría, sus palabras siempre estarían presentes y resonarían en muchos de sus poemas. No sólo eso, también aprendería a hacer las famosas galletas de la nana.

A partir de ese momento, Aninha se transformó en una lectora apasionada. Su mundo ya no estuvo en la casa, en la madre, en las hermanas o en la abuela. Sino en cada uno de los libros que devoraba, casi con más ímpetu que los dulces de su nana.

La lectura y la escritura ya formaban parte de la historia de la niña. Para ella, fueron la salvación de sus miedos e inseguridades, ayudándola a afrontar difíciles situaciones.

En el resto de su infancia y juventud, Aninha escribió, rimó, anotó y leyó bajo luz de lámparas de queroseno y siempre aprovechaba al máximo los últimos rayos de la luz del sol.

Su pasión por los libros comenzó a crecer tanto, que Aninha decidió dejar de ser la lectora para convertirse en la escritora. Cuando empezó, Aninha podía escribir sobre cualquier cosa: desde poemas hasta cuentos.

Gracias a su talento, la joven pudo publicar sus primeros textos en el periódico A rosa, cuando tenía 19 años. Sin embargo, en su pequeña ciudad natal, no estaba muy bien visto que una mujer como Ana, cuyo destino había de ser casarse con un hombre que la mantuviera y cuidar tanto de sus futuros hijos como de la residencia familiar, hiciera su vida como escritora.

Por ello, Ana tuvo que escoger un pseudónimo con el que publicar sus poemas. Así fue como Ana Lins dos Guimaraes pasó a convertirse en Cora Coralina.

Cora por el corazón con el que escribió todos sus poemas y con el que vivió toda su vida, y Coralina por la delicadeza multicolor que quiso impregnar a su obra.

Cora comenzó, desde entonces, a hacerse un nombre como escritora en Goiás, aunque su talento siendo mujer levantó suspicacias entre sus vecinos, que no entendían el camino que había elegido. A pesar de su pseudónimo, muchos de ellos conocían la identidad de Cora, por lo que las tradicionalistas madres brasileñas expresaban su desaprobación en las charlas que mantenían en los portales de su Goiás natal:

-Esa no sabe hacer nada. Pasa los días escribiendo…

-Por eso no se casa.

-¿Has leído algo de lo que escribió?

-No lo leí, no quiero leerlo, no creo que ésa sea la labor de Aninha.

-¡Vaya mujer! Una boca inútil en casa para mantener. Los cuchicheos en boca de los habitantes de Goiás no cesaban.

Cora, a pesar de que amaba sus poemas y sus cuentos, se sentía molesta por lo que pensaba el resto de la gente. Fue entonces cuando un hombre apareció en su vida: Cantídio Tolentino Bretas. Así era como se llamaba. Tenía 20 años más que Ana, trabajaba como abogado y se había divorciado de su primera mujer hacía poco tiempo. Ana acabó enamorándose del abogado, tanto que se fugó con él a Sao Paulo. Tras casarse, Anna dejó de ser Cora poco a poco: no tenía tiempo para escribir, casi ni siquiera para leer, y su vocación interior de poetisa fue apagándose.

Como habían predecido en su familia, Anna tuvo que llevar una vida a la sombra de su marido, convirtiéndose en madre cuatro veces y teniendo que cuidar de su familia y de su hogar.

Cantídio, además, no dejaba que Anna escribiera; pues no le parecía que así cumpliera su función como madre y ama de casa.


-Cariño, tengo una gran noticia que darte.

-Dime, Anna.

-He recibido una invitación para la Semana de Arte Moderno, ¿no es fantástico?

Creo que tendré que estar fuera unos cuantos días. Tendremos que buscar a alguien para cuidar a los niños.

-Anna, querida Anna... ¿De verdad estás segura de que quieres irte de casa durante cuatro días? ¿Sola?

-Pero… ¿Por qué iba a tener que preocuparme? Solo serán cuatro días. Además, me hace mucha ilusión poder ir. No pensaba que nadie se acordara ya de Cora Coralina.

-Anna, sabes perfectamente que no puedes dejar la casa tanto tiempo. ¿Cómo se las van a arreglar los niños? ¿De verdad piensas que vamos a encontrar a alguien que los cuide en tan poco tiempo? Además, tienes que atender las labores del hogar. No hay manera de que podamos seguir llevando una vida normal contigo fuera tanto tiempo.

-Pero…

-Anna, por favor, piensa en los niños.

-Está bien, tienes razón. La vida de Anna seguía dirigiéndose hacia la rutina, hacia el abandono definitivo de la literatura y hacia el cuidado de los niños, la única función que Cantídio le atribuía a su mujer.

Sin embargo, poco después pasó algo que cambiaría la vida de la escritora: su marido murió.

En ese momento, Anna se vio obligada a trabajar para mantener a sus cuatro hijos, por lo que decidió sustituir los poemas por otra de las aficiones que siempre había cultivado: los dulces.

Pronto, los dulces de Anna, aquellos que tanto le recordaban a su nana, se hicieron famosos en su barrio de Sao Paulo; los hacía de todos los sabores: de calabaza, de naranja, de higo, de cajú... Atraída por la fama creciente que iban teniendo las delicias de Anna, la gente comenzó a acudir a su tienda para probarlos.

Poco a poco, Anna tuvo dinero para que sus hijos pudieran crecer tranquilos, sin la ayuda de ningún padre. Los dulces le habían hecho feliz de nuevo, Anhina estaba satisfecha con su creatividad y con su talento innato. Sin embargo, el deseo de escribir aún dormitaba en su profundo interior, esperando que lo reavivaran. El sueño de su adolescencia aún seguía vivo, Anna quiso ser Cora otra vez.


Fue entonces cuando decidió aprender mecanografía para poder transcribir sus poemas. A sus 70 años, el tesón de Cora seguía intacto. Cuando acabó de copiar todos sus poemas, los presentó a una editorial, cuyo director, impresionado por la calidad de los textos, se decidió a publicarlos: -¿De quién son estos poemas, señora?

-Son todos míos.

-Pero... usted debe tener más de 70 años.

-Así es.

-¿Y nunca había escrito antes?

-La verdad es que... nunca había tenido la oportunidad.

Poemas dos Becos de Goiás e estórias mais,el primer poemario de la autora, se publicó en 1965. Con 75 años, Cora había cumplido su sueño de convertirse en una poetisa profesional. Al año siguiente, Meu Livro de Cordel, la siguiente obra, fue publicada. Pero la verdadera sorpresa llegó para Cora cuando uno de los poetas más famosos de Brasil, Carlos Drummond de Andrade, declaró su admiración por la poesía de Cora:

"Admiro a Cora Coralina y la amo como alguien que vive en estado de gracia con la poesía. Su verso es agua corriente, su lirismo tiene la fuerza y la delicadeza de las cosas naturales". Tras esto, el éxito inicial de Cora sólo hizo más que crecer, cada vez más gente disfrutaba de su poesía, lo que le hizo seguir escribiendo hasta convertirse en una de las autoras más destacadas de su país, especialmente dentro de la poesía.

Su obra se ha convertido en un referente por su naturalidad y su humanismo, por la delicadeza con la que Cora habló sobre la naturaleza de su pequeña ciudad, donde creció, y sobre los recuerdos de su infancia junto al río.

Cora, además, demostró a todas las mujeres del mundo que, con la suficiente perseverancia y energía, se pueden traspasar las barreras de la sociedad y compartir el talento y la pasión con todo el mundo.


La poetisa, a pesar de su familia, a pesar de su marido, a pesar de la edad, y de todos los murmullos que procuraron que fuera a contracorriente de sus deseos, consiguió su sueño de difundir sus palabras, sus versos, por todo Brasil. Y algo más importante para ella, hacer que los niños cariocas la leyeran a la luz del queroseno, como ella había leído a los clásicos del idioma portugués hacía más de medio siglo.

En definitiva, esta es la historia de una mujer que no se rindió ante nada ni ante nadie y que deleitó al mundo tanto con sus pasteles como con sus estrofas. Esta es la historia de Cora Coralina.


 
 
 

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